
El otro día me crucé con mi amigo invisible de la infancia. Todo parece irle muy bien, incluso mejor que a mí. Por fin ha aprendido a barajar as cartas como lo hacen los magos de a tele, y creo que ha dejado de darle miedo la oscuridad, por lo que ya puede dejar apagada la luz del pasillo de su casa imaginaria por las noches. Ha empezado a estudiar, pero no me ha dicho el qué, aunque tampoco le he preguntado. Me ha contado que desde que a mi me entró la razón no ha tenido nuevos amigos, pero es que siempre fue un chico algo arisco. Me acuerdo que cuando se lo presente a mis padres no les hizo mucha gracias que fuese con alguien así, porque ellos decían que luego esos son siempre los que te dan a puñalada por la espalda, pero yo confiaba en él y le contaba todos mis secretos. Lo pasé muy mal desde que se fue hasta que me compre un perro, me lo tuve que callar todo, por eso igual estaba siempre de mal humor. Sigue sin gustarle la ensaladilla rusa, aunque creo que por fin ha probado los champiñones, que a excusa de que “no me gusta” cuando es “no lo he probado” ya no vale para él, que se ha vuelto una persona muy madura. Ya no le gusta la misma música que antes, ni el mismo tipo de películas, dice que ahora tiene cosas mejores que hacer que gastar su tiempo en esas bobadas cuando por fin se ha metido de lleno en sus estudios. Me he acordado también de cuando les pedíamos a nuestros amigos mayores que nos enseñaran a fumar, aunque a él nunca le ofrecieron un cigarrillo, supongo que se quedó con el mono. Aunque no hemos tenido mucho rato para hablar, la verdad es que me ha parecido un poco egocéntrico, porque no hacía más que decir cosas sobre él.
Supongo que lo que hizo que me entrara la razón ha sido el culpable de que perdiera un amigo, pero por todos los cubatas que me he bebido, todos los cigarrillos que me he fumado, todos los porros que me han pasado, todas las resacas que he vomitado o todas las fiestas de cumpleaños que me han hecho, igual hasta mereció la pena.
Recogiendo escritos viejunos...
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