Tápate los oidos, fuerte, fuerte, fuerte, más fuerte todavía...


miércoles, 9 de junio de 2010

Nana


Nunca dormía, y deshacía sus palabras con la luz apagada para poder taparse con algo las noches de verano. Encendía velas imaginarias que colgaba del revés en el techo, subía por las paredes corriendo con la mente y perseguía sueños escapados de sus dueños. Fumaba para dormirse, pero escribía para estar despierto. Escribía despechos, pero todo junto. Cuando se aburría y cerraba los ojos se le pasaban por la cabeza las alturas y las arañas y los aviones y los espacios cerrados, los espacios abiertos y la oscuridad y la gente y el agua y los perros, los gatos negros y los fantasmas y lo desconocido, lo que se escapa fuera de su control, las tormentas y los rayos y las películas de miedo y la sangre y las ratas, el hombre del saco y el coco, la soledad y el mar, las pistolas y los callejones de noche, la magia y las agujas y los petardos y los médicos y los tiburones y las cucarachas o los escarabajos, el bosque y la muerte y la vejez y el desierto, la religión y los ascensores y las serpientes y su mirada, la mirada de otro o incluso su propio cuerpo. Con todo esto coleccionaba miedos de la gente que se guardaba para él, pero aun usando el sueño como defensa contra sus propias desgracias no veía que el sol que venía de vez en cuando le encendería sus retinas para poder dejarlo tranquilo unas pocas horas más.

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