
La mecha de nuestra conversación está a punto de hacer estallar la carga de dinamita de entre nuestras mentes. A la vez que yo soplo a escondidas para poder apagarla, tú te levantas sólo para volver a encenderla otra vez.
Que si, ya te lo he dicho, que soy psicólogo y te estoy analizando, pero mucho más profundo de lo que te imaginas, tanto tanto que voy donde no llega la luz del sol, y me pongo un casco con la bombilla de mis ideas que nunca te cuento, para que si se funde, no puedas leerlas nunca (para por si acaso).
Tú pídete un café cortado, que en realidad así estoy yo, y así estan mis palabras cuando hablan contigo, a medias. Morderé la cucharilla para que no me veas morderme las uñas, y para evitar morderte a ti en la boca.
Puedo decirte las manchas de las baldosas del suelo, son 342, y es que puedo jugar a cualquier cosa que vaya a contracorriente del imán de tus párpados, porque yá se que son peores que las trampas para osos.
Y ya te digo, y que te quede claro que durará lo que yo quiera, que puedo dejar de querer cuando me dé la gana (y de fumar también).
De querer, de fumar, de vivir y de follar. Que no se/nos diga.
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